Pensaba en ello mientras veía el discurso del juez y profesor Ernst Janning (Burt Lancaster) en "¿Vencedores o vencidos?" donde decide declararse culpable y confiesa que en el caso Feldenstein (a un judío de 60 años se le condeno a muerte bajo la sospecha de “contaminar la sangre” de una joven alemana) ,tenía decidida su sentencia antes de iniciarse el juicio.
Sin dejar de reconocer excepciones, el comportamiento del pueblo alemán durante el nazismo en términos generales, tuvo la actitud de un pueblo criminal que no se ajusta a los parámetros de una sociedad civilizada.
La estadística de los hechos demuestra que la mayoría de los ataques que sufrieron los "extranjeros" en territorio alemán fueron obra de la población civil y no de las SS o la Gestapo, más aún en tiempos de guerra cuando la mayor parte de su personal se hallaba afectado en los distintos frentes de batalla. Si pensamos que el nivel de matanzas alcanzó sus niveles más altos a partir de 1940 resulta más que evidente la participación activa y espontánea de la población civil en la maquinaria de muerte. Muchas veces la historiografía de la posguerra ha hecho hincapié en el grado de coerción e intimidación al que era sometido el pueblo alemán por parte de sus autoridades.
Pero esa mentira queda al descubierto cuando se analizan los últimos meses de la guerra.En un país devastado por las bombas enemigas, con el sistema estatal desarticulado, las vías de comunicación rotas y con un Hitler enfermo y encerrado en su bunker, la coerción estatal era nula y, sin embargo, las madres alemanas no dudaban en mandar a morir a sus hijos, a veces ni siquiera adolescentes, de manera absolutamente espontánea.
A fines de 1944 mientras Alemania se derrumbaba en todos los frentes, el nivel de matanzas en los campos de exterminio llegó a tener un promedio de 24.000 asesinatos diarios .
Hasta que no se difundió la noticia de la muerte de Hitler, los alemanes siguieron luchando por su Führer con un fanatismo ciego que ni la mejor operación de prensa pudo inculcarles.Los hechos prueban que no se trata ciertamente de la conducta de un puebo oprimido o confundido por la propaganda de Goebbels como recita la historia oficial. No obstante el enorme grado de responsabilidad y culpabilidad, de complicidad que pesa sobre su historia, esta ahí.
Después de cinco décadas observamos con horror, cómo en el País Vasco de nuestros días sigue siendo mucho más políticamente correcto despreciar a las víctimas y callar ante los verdugos que, por ejemplo, llamar asesinos a los que matan o calificar de totalitarios a quienes solamente desean imponer sus desvaríos ideológicos a base de violencia, amenazas y extorsión.
Victimizar a las víctimas se les da muy bien a quienes siempre saben posicionarse más cerca de los asesinos que de los asesinados, pero con su comportamiento infame, estas personas, las mismas que se rasgan dramáticamente las vestiduras cuando algunos afirmamos que el nacionalismo vasco en general lleva más de treinta años alimentando, comprendiendo, exculpando, justificando y matizando el terrorismo de ETA, solamente demuestran lo realmente enferma que está la sociedad vasca.
ETA surgió de una escisión del PNV, pero lo más importante es que, desde que los terroristas cometieron su primer asesinato, el nacionalismo vasco, a pesar de condenar los atentados, ha otorgado a los terroristas cobertura ideológica, entendimiento, cercanía y calidez política.
Lo cierto es que la mayor parte de los nacionalistas vascos contempla a los etarras como hijos ideológicos pródigos y descarriados a los que hay que atender y respetar en sus derechos.
El nacionalismo vasco, es verdad, condena las muertes, pero ignora a los asesinos, y éstos, si son perseguidos, detenidos y juzgados, encuentran en los ámbitos nacionalistas vascos comprensión y apoyo.
Esta intensa relación nacionalismo vasco-terrorismo independentista, siempre intuida y conocida, pero obviamente nunca evidenciada en público, se hizo patente el 12 de septiembre de 1998, cuando apenas 14 meses después de que los etarras asesinaran al concejal del PP Miguel Ángel Blanco, los partidos nacionalistas vascos y otras organizaciones sociales del ámbito nacionalistas firmaron con la banda terrorista el Pacto de Lizarra, un documento de contenidos maximalistas desde un punto de vista nacionalista pero que, además, incluía disposiciones no públicas en las que los firmantes del mismo se comprometían a trabajar en comandita para, entre otras cosas, eliminar de la actividad política, social y cultural de Euskadi cualquier presencia constitucionalista o estatal.
La coalición abertzale Bildu se convirtió en las pasadas elecciones autonómicas y municipales, en la primera fuerza del País Vasco en número de concejales, al obtener 953 ediles y sumar 315.977 votos acumulados por una candidatura nueva, que estuvo proscrita hasta la misma noche de inicio de campaña y que presentaba mayoría de candidatos totalmente vírgenes en política.Bildu arrasó en zonas rurales de Guipúzcoa, Vizcaya o Alava, pero venció a la vez en zonas de alto nivel adquisitivo como el barrio donostiarra de Gros y obtuvo en paralelo un ascenso llamativo en ciudades denavarra como Tafalla o Lizarra.
A Bildu le votaron desde presos a monjas, desde parados a empresarios, pasando por un ex lehendakari y, sobre todo, muchísimos jóvenes.
El nazismo logró instaurar el totalitarismo en el plazo de dos años a través de la “coordinación” (“gleichschaltung”) de todas las instituciones y organismos de la vida pública. A este proceso lo llamó “revolución legal”. El parecido con el proceso de penetración y tergiversación de las leyes por parte del nacionalismo vasco es asombroso.
Para reflexionar...
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