En 1607, hace cuatro siglos, Juana de Lestonnac, santa, fundó la Orden de la Compañía de María en Burdeos. En un colegio de la misma, me formé. En 2007, el gobierno Zapatero, aprueba la Ley de la Igualdad.
Ésta, la Compañía de María, fue la primera Orden femenina. Santa Juana, mujer con gran vida cultural desde su infancia, una vez enviudó, dedicó el resto de su existencia a la instauración y desarrollo de una Orden destinada a la enseñanza de niñas para convertirlas en futuras mujeres de provecho, mujeres con formación cultural y profundamente espiritual, en las que sembró, sobre todo, la fe católica y el concepto de familia. Adquirió consigo misma y con Dios, y para la sociedad, un compromiso político tendente a lograr que la mujer se equiparara al varón a través de la educación, de la ampliación de horizontes que le reportaría, por un lado, esa libertad que sólo el conocimiento permite y, por otro, los principios vitales éticos, religiosos y morales para una adecuada administración y un correcto ejercicio de dicha libertad.
A lo largo de cuatrocientos años, generaciones de mujeres -y desde hace años, también hombres- hemos recibido este legado, este regalo, intentando con ello continuar la construcción, nunca terminable, de la obra emprendida por Santa Juana. Sin embargo, ella nunca lo plasmó en norma alguna, ni los poderes de su tiempo legislaron esta revolucionaria decisión. Fueron el trabajo constante, la tenacidad y entrega, el sacrificio, su ilimitado empeño y el de todos aquellos que la secundaron y la secundan todavía hoy, los elementos que permitieron que la semilla diera frutos. No una ley. No una cuota.
Hoy, se aprueba la Ley de Igualdad por parte de un Gobierno cuyo Presidente se define como feminista, rodeado a su salida por un nutrido grupo de mujeres, y Zerolo, que coreaban ista, ista, ista, España feminista. Como siempre, Rodríguez Zapatero, en el extremo. Otra vez dividiendo: hombres y mujeres. Otra vez tratando de identificar socialistas, defensores de la mujer (recordemos aquello de España socialista, es una evidente asociación de ideas), los otros, no. Tanto rechazo me produce el machismo, como el feminismo, entendidos como una lucha por imponerse al otro sexo. Porque de eso se trata en muchas ocasiones. No entiendo la confrontación, ni la búsqueda exhaustiva de una teórica igualdad hasta en ámbitos en los que nunca seremos iguales. El hombre y la mujer son, sencillamente, distintos. Ni mejores ni peores los unos o las otras; ni más ni menos las unas o los otros. Simplemente, diferentes y complementarios; al cabo, somos personas y cá uno es cá uno, y seis, media docena.
Obviamente, no soy contraria al contenido íntegro de la nueva ley. Sin embargo, la integración de los aspectos positivos de la misma no requerían tanto bombo y escenificación. Es otro claro caso de populismo, motivado por la escasez de actividad real de este Ejecutivo. Es otro claro caso de falsedad y demagogia presidencial, puesto que no es con esta ley con la que se inicia la igualdad entre sexos en España, ¿se olvida del art. 14 de la Constitución?, ¿se olvida de que la propia sociedad avanza día tras día en este sentido?. Evidentemente sí, ignora estos extremos como ignora a la sociedad que reclama otras cosas. Ya hace un año, en una tertulia, manifesté mi oposición a lo que se ha venido a denominar discriminación positiva, es una oxímoron.
Se pretende lograr la igualdad entre hombres y mujeres con medidas tales como la obligación de imponer cuotas en virtud de las cuales habrá de haber el mismo número de personas de ambos sexos en las listas de los partidos o en los Consejos de Administración de las empresas. Además de un intervencionismo estatal, impropio de un sistema libre de mercado, considero que se trata de la eliminación de la meritocracia como elemento de valoración y elección. Con motivo del Día de la Mujer (que empezaré a plantearme si celebro, cuando se instaure el Día del Hombre), en otro blog, expresé que me parece denigrante para la propia mujer (ahora nos preguntaremos si lo que obtenemos se debe a nuestra valía, o a la cuota) y lesivo para el hombre. Es un reconocimiento soterrado, la resurrección, de esa idea ya extinta del sexo débil, para el que hay que arbitrar cierta sobreprotección.
Insisto, somos personas, y al frente de los cargos de mayor responsabilidad deben estar los más capacitados, la aristocracia en sentido etimológico y platónico. Quiero igualdad de derechos para las personas, de modo que no tenga que volver a oír que alguien está en contra de una manifestación organizada por el PP porque "están utilizando los instrumentos que siempre hemos empleado nosotros para nuestras reivindicaciones"; igualdad de personas que haga que el Presidente manifieste su repudio a un agravio y escarnio contra los católicos realizado por un tal Montoya, tal como hizo cuando se hicieron las caricaturas de Mahoma; igualdad de personas que no lleve a afirmar que el Estado debe proteger con toda su fuerza la vida de De Juana, a la vez que afirma la libertad de elegir la muerte para Inmaculada Echevarría; igualdad de personas que implique que un catalán y un andaluz van a tener lo mismo. Eso es igualdad, no enarbolar rosas rojas (¿flores identificadas con la mujer, no es eso un tópico sexista?) y gritar Zapatero feminista.
Sucede lo mismo con esa idea descabellada del lenguaje sexista que lleva a posiciones absurdas tales como decir que no habrá igualdad mientras no se admitan términos como "miembra". Las mujeres que así lo consideran, en mi opinión, tienen un problema de complejo de inferioridad en sí mismas, no superable por la introducción de esas palabras en el DRAE. Pero claro, tienen que justificar sus empleos de cuota...
Prefiriría que el Presidente materializara su lucha por las mujeres instando a su ministra de Sanidad (cuotista, sin duda) a que incluyera la vacuna contra el cáncer de útero en la Seguridad Social.
Y me planteo si no habrá organizado este festival femenino para tapar la modificación del TC, efectuada para asegurarse al máximo que los recursos contra el Estatuto de Cataluña no prosperen.
La igualdad se logra con acciones efectivas como la de Santa Juana de Lestonnac, no con acciones efectistas como la de Rodríguez Zapatero.