El hecho de que Alonso reconociera, en un primer momento, que se trataba de un atentado terrorista, cuando otros hablaban de suceso. El hecho de que, en un momento posterior, reconociera que los militares caídos en Líbano no estaban suficientemente protegidos, al no disponer de medidas básicas y previsiblemente útiles y necesarias para su seguridad, no lo exime de la indudable responsabilidad que recae sobre él en la muerte de nuestros seis soldados. Son dos obviedades que afirmé en mi anterior entrada, antes de tener conocimiento del último extremo. Tan obvio como la falta de respeto del atuendo que presentó para recibir los féretros: si hace calor, se aguanta, y se pone la indumentaria que la ocasión exige. Si tuviera un mínimo de moralidad, se habría negado a aceptar el tercer punto que señalé: el otorgamiento de una condecoración que no es la que corresponde, por defecto. Pero no dimitirá ni será cesado; no fue así cuando sucedió lo mismo con la soldado Idoia.
Mejor habría sido que guardaran silencio Blanco o López Garrido. No sé si Rajoy tiene o no algún cargo de conciencia, algo que limpiar, pero lo que tengo meridianamente claro es que José Blanco, Secretario de Organización del Psoe, carece siquiera de conciencia que limpiar, además de consciencia. Pero no dimitirán ni serán cesados; es una más.
He esperado a un momento postrero a la celebración de los funerales, otorgando un plazo más que razonable. Ya puedo decir que me avergüenzo de quien detenta -que no ejerce- el cargo de Presidente del Gobierno, porque ya está bien.
Ha humillado la en democracia sagrada institución del Parlamento, manifestando en los pasillos que mantendría una negociación con unos infames terroristas, cuando debió expresarlo no ante las cámaras sino ante la Cámara, ante los diputados que nos representan a todos, humillados en el mismo acto, por la forma y por el contenido. Ha reincidido en la misma doble humillación todas y cada una de las ocasiones en que comprobadamente ha mentido. Y, de forma más sangrante, a las víctimas de dichos asesinos.
Ha humillado a miembros del Ejecutivo, que se lo toleran por ser vos quien sois.
Ha humillado la institución judicial, también sagrada en democracia, alterando su normal funcionamiento, tratando de subyugarla a sus mezquinos intereses políticos.
Y ha humillado al Ejército. Por enésima vez. Desapareciendo y guardando un indecente mutismo sobre el sacrificio realizado no sólo por estos seis caídos, sino por todos los demás muertos así como por los que siguen trabajando en zonas bajo conflicto bélico. Su habitual cobardía.
En esta ocasión, ha ido más lejos. Ni una palabra para públicamente expresar el pésame por estos seis críos que han dado su vida por España y por la defensa de la libertad; ni una palabra de agradecimiento. ¿Qué cree que sentimos los españoles en general, piensa que no nos importa, que no lo valoramos, que no estamos afligidos?. Su obligación como Presidente es trasladar estos aspectos en nombre de todos los españoles. Ni una llamada privada para hacerlo directamente a los familiares. ¿Cómo es posible tanta falta de sensibilidad, de humanidad?, ¿o es que eso queda reservado para otros colectivos?.
Escondido y callado, ruin y cobarde, mezquino y desagradecido.
Les niega la condecoración y el trato que merecen. Nunca reconocer que el Ejército tiene como función, entre otras, defendernos, proteger nuestras vidas o forma de vida, frente a ataques externos o internos. Nunca reconocer que la obtención de la paz o su mantenimiento, exige en ocasiones el uso de la fuerza. Anclado penosamente en el desfasado espíritu hippie pseudopacifista.
Ni una sola palabra para condenar el atentado. Cosa que sí han hecho otros dirigentes, no españoles.
Pero la cuestión es de fondo. No es únicamente un intento de mantener esa imagen de ente puro, sin mácula de violencia, dolor, pena o sufrimiento; todo con él es y será el mundo perfecto de lo bello, lo pacífico, la felicidad, la ausencia de penurias. Nuestro Ejército defiende a España, la libertad, la democracia, la Constitución. Y eso es demasiado. No creer en esos valores, conlleva no creer que haya alguien que deba salvaguardarlos. Intentar erradicar esos valores, conlleva ningunear y omitir la entrega de quien lucha por ellos.
Las cosas son lo que son, no lo que queremos que sean, y mucho menos lo que Zapatero desea. Esto es otra profunda y completa humillación, para militares y civiles. Mi conclusión es que Rodríguez no sólo no tiene la altura intelectual exigible a un Presidente de Gobierno, ni la talla moral, ni el sentido de Estado, es que además es mala persona. Pero no dimitirá, ¿podrá ser cesado entonces?.