El corazón de las tinieblas

Los vellos no han dejado aún de estar erizados, los estómagos siguen encogidos y el nudo permanece en la garganta, pero el cuerpo de Marta del Castillo no ha sido encontrado todavía. Los imputados por su desaparición y muerte afirman ahora que lo arrojaron a un contenedor; estaría en consecuencia en el vertedero de Alcalá de Guadaira, lugar donde mañana comenzará su búsqueda.
La sensación generalizada entre la población es, literalmente, que "se están cachondeando" de todo el mundo.
Parece que la estrategia de los tres implicados fuera ingeniosa. No es así.
Basta con haber visto Rashomon, de Kurosawa, o Basic, de J. Mc Tiernan, para detectar el mimetismo.
El alegato de la presencia de sustancias tóxicas están manida de tanto usarla, aunque funciona como atenuante. La acusación al sujeto quinceañero hemos de agradecérsela a la extremadamente benevolente Ley del menor; si se le recluyera hasta la mayoría de edad y, cumplida ésta, se le juzgara como a un adulto, otro gallo nos cantaría.
Pero no se puede dejar de lado la labor de la Policía. Desde el comienzo fue errática.
No tomaron en consideración la sospecha del entorno de Marta, apuntando al hoy asesino confeso. Se tragaron como una pildorita las declaraciones de los acusados, obtenidas en unos interrogatorios nada eficaces, incapaces de detectar contradicciones, piezas no encajables con las evidencias de que disponían: ¿podían las manchas de sangre ser el resultado de una agresión con un cenicero?; el móvil sexual se barajaba en los comentarios y rumores ¿y entre la Policía?. Excluyeron a la Guardia Civil de las primeras acciones de la investigación, rechazaron su ayuda, sus medios, porque era perentorio colgarse la posible medalla de la resolución (y es que la del hallazgo de los 100 kg. de cocaína pura sigue sin destinatario).
Utilizaron perros detectores de explosivos; los canes, obviamente, no encontraron a Marta.
Se lanzaron al apocilgado Guadalquivir sin método, búsqueda asistemática hasta su rectificación. Se gastó un dineral en un peine fluvial gigante. Todo para nada, porque desde el inicio reinó el caos.
Desfile de políticos, todos solidarios, todos apesadumbrados, todos prometiendo,... todos mirando al objetivo.
Turno de Rubalcaba: carecemos de medios públicos, pero contrataremos empresas privadas.
El Estado, la comunidad autónoma con su ampliado y flamante Estatuto, no pueden responder al desamparado ciudadano.
Que no puedan encararnos que escatimamos recursos, aunque resulten ineficientes, como el espectacular despliegue -oportunamente televisado- a lo largo del río.
¿Pensaban que controlaban la situación, que el asunto era más o menos fácil de resolver, que se bastaban y sobraban para, con su experiencia y desde la inicial soledad, obtener confesiones de tres o cuatro niñatos asustados por las circunstancias?.
Los imputados los han controlado a ellos.
¿Creían que una rápida resolución del caso les catapultaría hacia la ovación popular, con el Delegado del Gobierno al frente?. No ha sido así, desafortunadamente.
Las declaraciones policiales sobre el estado y avances de la investigación han sido tan contradictorias como las plurales versiones de los hechos narradas por los imputados.
Las explicaciones, tan volátiles como ciertas partes de dichas versiones.
Confiemos en que reorienten sus operaciones; confiemos en que sean productivas sus nuevas investigaciones; confiemos en que no tengamos que sufrir la impresión de que cualquiera puede torear a la Policía; confiemos en que no tengamos que asumir como cierta la sensación de estar desprotegidos incluso tras un delito.
Confiemos en que la familia de Marta del Castillo pueda dejar de padecer el cruento e inhumano sufrimiento que los tortura desde que ella desapareció.

natpastor@gmail.com