Catarsis

Sabéis que soy madridista. No puedo por menos que trasladaros la inmensa emoción que sentí ayer en el Bernabéu. Porque lo de ayer fue más que un partido de liga. La victoria no fue únicamente sobre el Español, que puso las cosas difíciles aun teniendo que enfrentar la próxima semana la final de la UEFA (toda la suerte para ellos). El triunfo fue múltiple.

Se venció por convicción, se venció por orgullo, por coraje, por tesón, por no rendirse. Se impuso la conciencia de ser capaces de superar un marcador adverso, en dos ocasiones. El Real Madrid perdía 0-2, marcó e, inmediatamente, volvió a hacerlo el Español. Se sobrepuso, con espíritu de campeón perseverante, y siguió jugando, corriendo, luchando, intentándolo. Hasta que logró, primero acercarse, luego empatar y, ya in extremis, adelantarse y obtener esos tres áureos puntos que hoy, tras empatar el Barcelona, nos permiten ocupar el primer puesto de la clasificación liguera.

Se venció la desidia, se venció el desánimo, el dejar caer los brazos y las piernas, la imperdonable actitud de dar por perdido un partido siendo el Real Madrid. Se unió el equipo, fueron once en uno; se volcaron completamente, lejos de culpabilizar a otro, se apoyaron; se dejaron la piel, las botas y el talento sobre el césped. Tuvieron fe en sí mismos, y lo consiguieron. Mantuvieron presente que muchos pagarían por estar en su posición, que vestir la camiseta blanca con el escudo del Real Madrid, no es baladí. Representa la entrega, el espíritu vencedor, el afán de ganar merecida y limpiamente, el no desanimarse porque, siendo el Madrid, todo es posible. Incluso un error del árbitro -o el línea- en un momento crítico no sirve de excusa, hay que seguir.

Los que allí estábamos, no vimos inmersos en una especie de catarsis. La alegría no era la propia de los goles, ni de una memorable e inolvidable remontada; iba mucho más allá. Sentimos que se recuperaba el espíritu madridista que los jugadores parecían haber olvidado, perdido o no adquirido en los últimos tiempos. El equipo volvía a mostrar la dignidad ganada a través de décadas (más de un siglo), a sentir el club como propio y no como algo a lo que se pertenece temporalmente, a demostrar que le va la vida en aquello que significa mucho para los aficionados, que sufren como sufrimos los madridistas. Y el público lo percibió, y padeció con los jugadores, vibró con ellos, se quejó por ellos (a nosotros no nos pueden sacar tarjeta), les expresó su apoyo incondicional -conscientes de que sentían lo que nosotros-, y celebró este renacimiento doble del equipo (en el juego y en los sentimientos) como un éxtasis. Algo sobrenatural, inexplicable para quien no tiene pasión por el fútbol y por su equipo. Se siente o no se siente.

Se recuperó, además, la confianza en la posibilidad de ganar la liga. Posibilidad que se hace probabilidad. Fe en el equipo, porque es equipo.

De lo de ayer, sinceramente, para mí lo esencial no es haber pasado a ser los primeros. Es ver y sentir que he recuperado a mi equipo, al Real Madrid, después de haber pasado largo tiempo notando que no eran sino un conjunto de jugadores que vestían un uniforme, que cobraban del Real Madrid, pero no eran del Real Madrid. ¡¡¡Hala, Madrid!!!.