
Hoy se cumplen 80 años de la proclamación de la II República.
Del inicial ambiente festivo y de alegría republicana que desbordó las calles tras las elecciones municipales de abril de 1931, se pasó en poco tiempo a
incendiar iglesias, conventos y centros de enseñanza de religiosos. Valiosas obras de arte, archivos y centenares de templos resultaron abrasados en Madrid y otras ciudades españolas porque «todos los conventos de España no valen la uña de un republicano» según sentenció Azaña.
Ese día empezó a fraguarse la tragedia que ensangrentó a nuestra país entre 1936 y 1939.
Afirmar que la II República española fue democrática es una gigantesca falacia. No lo fue en su origen porque las elecciones de 1931 en que las justificaron, no tenían capacidad legal para cambiar el régimen, toda vez que fueron unas elecciones municipales y, por tanto, solo tenían conferida la función de renovar los municipios españoles. Así pues, la II República llegó por la consumación de la vía de los hechos.

Poco después de las elecciones de noviembre de 1933 que ganaron los partidos políticos del centro y de la derecha, las izquierdas comenzaron a mostrar un concepto patrimonial de la república, que concebían no como una democracia liberal abierta, sino como un régimen marxista basado en sus premisar radicales y que, por lo tanto, debía ser gobernado exclusivamente por ellos.

Ese concepto de la "legitimidad" que incluso a día de hoy, la izquierda de otorga en exclusiva.
Cualquier Gobierno de centro o de derechas era ilegítimo, aunque hubiera sido respaldado y votado en las urnas en unas elecciones democráticas .

La muestra del nivel de radicalización queda de manifiesto en la adopción de una política revolucionaria del Partido Socialista y de la UGT, definida por ellos mismos como la “bolchevización” de sus organizaciones. Rechazaban, incluso, cualquier colaboración con un Gobierno “burgués”, y hasta con la izquierda republicana. La izquierda socialista se mostraba ya únicamente partidaria de un nuevo régimen marxista.

Las elecciones de febrero de 1936 se celebraron en un clima de quiebra institucional y del sistema. El triunfo ilegítimo que se atribuyó el Frente Popular se presentó como la gran oportunidad de imponer su propia alternativa:
un régimen marxista revolucionario.
El desalojo de Alcalá-Zamora de la presidencia de la República y la manifiesta debilidad de Azaña para frenar la “bolchevización” de los socialistas, hizo que quebrara la legalidad republicana.
La oleada de huelgas violentas y sangrientas, la ocupación ilegal de tierras y propiedades - sobre todo en Andalucia y Extremadura -, los incendios y destrucción de edificios y propiedades, la quema de iglesias y otras propiedades religiosas, el cierre de escuelas católicas, el declive económico y el hambre, la censura y las miles de detenciones políticas arbitrarias de los afiliados de partidos de derecha, anunciaban la tragedia que se avecinaba.

La escalada hacia el desastre se hacia visible con la impunidad de los delitos perpetrados por miembros del Frente Popular , con la politización extrema de la Justicia al proceder arbitrariamente a detenciones políticas y a la ilegalización de los partidos de derechas -como el caso de Falange-, así como con la confiscación arbitraria de escaños de los partidos de derechas por la Comisión de Actas de las Cortes y con la exclusión de estos en la repetición de las elecciones de mayo en Cuenca y Granada.

A esto hay que añadir la subversión de las Fuerzas de Seguridad a través de la reposición de agentes y oficiales de Policía procesados y expulsados por sus acciones subversivas en 1934 (uno de estos cabecillas, el capitán de la Guardia Civil Fernando Condes, mandó el grupo
que secuestró y asesinó a Calvo Sotelo), y a la gran extensión de la violencia política, que motivaron el absoluto colapso de la Segunda República y la vía hacia la Guerra Civil.
La II República fracasó porque fracasaron los mismos republicanos que desde el inicio intentaron transformarla en una dictadura marxista.natpastor@gmail.com