Patetismo folclórico

"Yo voy", reza el manifiesto.
Pues yo, me quedo; perpleja, atónita, desencantada.
Anonadada por una ciudad en la que nada ni nadie se mueve contra la corrupción y los abusos generalizados, y muchos a su favor: todos los lazarillos de un ciego y cegado gobierno local; ni se rebela contra los desmanes consistoriales, la ruina socio-económica, la quiebra de las empresas municipales, el nada romántico decaimiento -ya derrumbe- de una urbe en absoluto urbanita.
El ego, siempre presente, principio y fin de la mismidad concéntrica de su cordón umbilical. Porque aquí hay que mamar: por supuesto de la ubre pública.
El espectáculo permanente en la calle. Sevilla vive en las estrecheces o las anchuras de la vía pública. Pasada la Semana Santa, desmanteladas las casetas de Feria, vueltas y recogidas las carretas rocieras, ¿qué se puede hacer para callejear sin gastar hasta la Velá de Santa Ana?.
Pues eso, manifestarse contra Lopera por la gestión de un Betis descendido a Segunda. ¡Ole!.
Aquí no importa que el dinero que nos arrebatan fiscalmente no luzca ni poco, ni mucho, ni nada. No interesa que la vida cultural esté amortajada desde hace tiempo.
No se pulsa el estado catatónico, narcoléptico, o más bien terminal, de una ciudad permanentemente aspirante a ser, que siempre se queda en el "pudo".
La res publica sólo se entiende si suena a juerga callejera; o a re pública.
Sin embargo, la cuestión privada es susceptible de denuncia, de increpación, de queja pública y publicada. Elevada a cuestión pública, a través de la participación política: no sólo de la polis, sino de los políticos. Así, se ha erigido en soporte el concejal y jefe de la oposición, Juan Ignacio Zoido. Que se noten el conocimiento y preocupación por los temas que dejan insomnes a los sevillanos. Sí señor. Audiencia a las plataformas contra Lopera, apoyo y asistencia a la manifestación, en fin, mú sentío tó.
Pero los mismos que tanto padecen y sufren por su Betis nada hicieron cuando casi desapareció, nada hacen por comprarlo hoy. Mucho te quiero perrito, pero pan poquito.
Se repite una y otra vez desde tiempos inmemoriales.
Esta ciudad y esta comunidad, en las que la sublimación de la indignación no se produce por el régimen en el que sobreviven, ni por tener un millón de parados, ni por ser una de las más retrasadas y con mayor porcentaje de pobres de la UE, sino porque un equipo de fútbol de titularidad privada baje a Segunda.
Así, viviendo en y del cuento, sólo cabe la espectricidad.
La fugacidad de la historia que se relata, hasta que llegue el final, que no apunta a feliz.

natpastor@gmail.com