
Ayer se cumplieron diez años desde que fuera asesinado el concejal del PP Alberto Jiménez-Becerril y su esposa Ascensión, cuando regresaban a su domicilo, por ETA.
Sevilla le rindió homenaje con una misa fúnebre en la Catedral, una ofrenda en la céntrica calle donde fueron tiroteados y con un acto en un hotel, abierto a todos los ciudadanos.
Yo asistí a la misa con mi mujer, y desde mi bancada miraba al alcalde Monteseirín, ese individuo felón, nauseabundo y cobarde, que llegó a negar la palabra a Teresa Jiménez, hermana del fallecido, cuando su señorito Zapatero estaba inmerso en el proceso de rendición, y De Juana, el mismo que brindó con champán y langostinos por el asesinato del matrimonio, se paseaba por San Sebastián y se duchaba con su novia.
Recordé las palabras de Chaves ( que ni siquiera asistió a la misa) defendiendo la salida de De Juana, y su desprecio a las víctimas, su traición como Presidente de todos los andaluces, a tantos, cientos de paisanos asesinados, empezando por Alberto y Ascen, y acabando con el más humilde Guardia Civil de un pueblecito de Jaén.
A la salida, una señora increpó al alcalde, y le llamó traidor y mentiroso, mientras como un cobarde, y a paso rápido, se perdía por una callejuela.
Espero que el 9 de marzo, a la hora del voto, los sevillanos recuerden quien soltó a quien brindaba por el asesinato, de madrugada y por la espalda, de Alberto y Ascen.
Ojalá.
Por decencia.
Por ética.
Por principios.
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